jueves, 22 de septiembre de 2011

Quien quiera termas, que se moje el culo.

Cuando te dicen que pienses en algo típico de Italia… ¿qué se te viene a la cabeza? El Coliseo, la pizza, la ópera, los antiguos romanos, la Sofía Loren, el fútbol, el Papa, la última chorrada de Berlusconi…. Son infinitas las respuestas, Italia siempre ha sabido venderse muy bien de cara al extranjero (bueno, menos por lo de Berlusconi) y todo el mundo, vayas a donde vayas, tiene una imagen más o menos tópica de este país. Pero seguro que son muy pocos los que piensan en algo genial y que resulta que aquí está por todas partes: los manantiales de agua termal.

Italia es muy inestable desde el punto de vista sísmico. Está llena de volcanes, tanto activos (el Etna, el Vesubio, el Stromboli…) como inactivos. Por no hablar de los terremotos, que de vez en cuando se hacen notar (yo aún no he notado ninguno) y a veces son bastante dramáticos. Rara es la ciudad italiana que no ha sido destruida alguna vez por uno. La última L’Aquila, en Abruzzo, que desde 2009 está en ruinas, pero eso sí, haciendo rico a más de un cabrón especulador.

Peeeero, también tiene sus cosas “buenas”: si no hubiera sido por el Vesubio las ciudades romanas del golfo de Nápoles no habrían llegado hasta nosotros, muchos volcanes inactivos, sobretodo en el centro de Italia, se han convertido en lagos (el Bolsena, el Trasimeno, el Nemi…) y no hablemos ya del paisaje de Sicilia con el Etna echando humo. Pero lo más práctico y curioso es la gran cantidad de fuentes de agua termal que te encuentras a lo largo y ancho de la bota. Y claro está la Toscana no iba a ser menos. Es más, en Grosseto tenemos, entre otros, dos manantiales muy famosos: Saturnia y Petriolo.


El Etna humeando visto desde el teatro romano de Taormina

Antes de nada deciros que lo más alucinante de estos sitios es que son gratuitos. Bueno en realidad están las dos opciones: puedes pagar en alguno de los establecimientos tipo spa que hay por la zona, bastante caritos, o se puede optar por la versión más auténtica y dominguera, que para mi vale más la pena, en la que el acceso es completamente libre, de día y de noche.

Saturnia es el típico pueblecito toscano: pequeñito, en un alto dominando un pequeño valle y con casitas de piedra y callejas estrechas. Existía ya en época romana y puede que también etrusca. Como os podéis imaginar, los romanos, que eran muy apañados, ya explotaron los manantiales de las cercanías construyendo termas. Como el agua ya viene caliente de fábrica, se ahorraban el tener que estar calentándola.

Una de estas fuentes, a dos kilómetros del pueblo, gratuita, con aparcamiento y chiringuito incluidos, es conocida como las cascadas del Molino o del Gorello. En ellas, un potente chorro de agua sale de la tierra a una temperatura de 37’5 grados y escurre por la ladera hasta llegar al río. A lo largo de este breve recorrido, los minerales que lleva el agua han formado pequeñas piscinas en la pendiente. Las piscinitas blancas, escalonadas unas sobre otras, el agua azulada y la nube de vapor crean un paisaje espectacular y sobretodo inesperado (por no hablar del tufazo a huevo podrido que hay por todas partes debido al azufre que contiene el agua).



Aquello se llena siempre de gente, en invierno y en verano, que utiliza el antiguo molino abandonado como vestuario improvisado. Dicen que las aguas tienen propiedades benéficas para la piel y la circulación. A lo mejor hay algo de verdad en eso (las picaduras de mosquito dejan de picar cuando te metes en el agua). Lo que sí es seguro es que después de una sesión allí hay que lavar al menos un par de veces el bañador para quitarle la peste. ¡Ah! Y la plata se vuelve negra, así que ojito con los pendientes.

El problema de Saturnia es que está un poco alejada de Grosseto (a tomar por culo vaya), así que algo más cerquita tenemos las termas de Petriolo. Para llegar se coge la Statale 223, la carretera que une Grosseto con Siena, y se toma el desvío hacia el pueblo de Pari, siguiendo después las indicaciones hacia las termas. De esta manera se baja hasta el fondo de un profundo valle cubierto de bosques de encinas y castaños. La peste y los coches aparcados de mala manera en la cuneta indican el lugar. También son gratuitas y de libre acceso continuo, aunque no tienen ni aparcamiento ni restaurante o bar cerca.

Aquí también anduvieron los romanos trajinando con el agua, aunque las primeras noticias que se tienen del lugar son de época medieval. De este momento datan las ruinas que se ven alrededor de las termas (unos altos muros semienterrados y una torre defensiva que convirtieron a Petriolo en las únicas termas fortificadas), los restos de un puente al lado del puente actual y una pequeña iglesia románica.



El agua mana a una temperatura de 43ºC y escurre por la pared hasta llegar al río Farma, formando a su paso las típicas bañeritas. Las propiedades curativas del agua y del barro son conocidas desde antiguo, sobretodo para enfermedades de la piely las articulaciones. El Papa Pio II, de origen sienés, vino aquí en 1458 para curarse de la artritis que padecía, y dijo que la misa que había dado en la iglesia vecina había sido la más bonita de toda su vida.

La diferencia con Saturnia es que aquí tenemos el agua caliente del manantial y la fría del río, por lo que se pueden hacer tratamientos para mejorar la circulación. Bueno, otra diferencia es la cantidad de perroflautas que a veces te encuentras allí y que lo dejan todo lleno de mierda…

Estos son solo dos ejemplos de la cantidad de termas existentes en Toscana e Italia y un motivo más para visitar este bonito país. Más y mejor en el próximo post. Un abrazaco.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Buscando el lago Prile (I)

Volviendo al tema de la historia de Grosseto, que lo había dejado abandonado desde hace un tiempo, había pensado en escribir algo un poco más aburrido de lo habitual, pero luego me he dado cuenta de que no hay necesidad. Puedo hablar de cualquier cosa usando las chorradas a las que os tengo acostumbrados pero con el máximo de profesionalidad. Os voy a poner hasta dibujos y todo. Así que allá voy.

No se puede entender la historia de una ciudad sin antes conocer un poco el sitio donde se encuentra. Con eso los arqueólogos intentan responder a la pregunta ¿y por qué carajo me he encontrado esto aquí? Y para eso, para conocer la evolución del territorio a lo largo de los siglos, es para lo que sirve una cosita llamada arqueología del paisaje. En el caso de Grosseto esta movida es bastante importante porque lo que se ve hoy no se parece en casi nada a lo que había hasta hace no mucho. En Grosseto existe (o al menos existía) un museito dentro de la facultad de arqueología que contaba todos estos cambios a través de paneles, que es de donde he sacado los dibujos q vais a ver.

No sé si os acordáis de que en otro post os conté que Grosseto se situaba en una llanura enorme cerrada por montañas y que acaba en el mar. Pues bien, en la antigüedad esa llanura no existía y todo ese terreno lo ocupaba una gran laguna de agua salada unida con el mar por una pequeña boca y que los romanos llamaron lago Prile. La zona estuvo poblada desde la prehistoria pero no fue hasta la Edad del Bronce (entorno a los siglos XI-X a.C.) cuando se empezó a desarrollar la primera gran cultura importante de la zona, la etrusca. Ya os hablaré más tranquilamente de los etruscos en otro lado, ahora lo que nos interesa es que hacia los siglos IX-VIII a.C. entorno a esta laguna surgieron dos ciudades principales: Vetulonia, en lo alto de las montañas, y Roselle, sobre dos pequeñas colinas en la orilla del lago.


La llanura de Grosseto hace 5.000 años.

Ya en ese momento la economía de la zona giraba entorno a dos recursos principales: el comercio, sobretodo el que se hacía por vía marítima, y la sal. En ambos casos el lago era una pieza clave: era navegable, y por tanto servía como puerto natural, y era salado, por lo que en sus márgenes se construyeron salinas. Ahora la sal no nos cuesta nada, pero en la antigüedad era un bien de primera necesidad. Sin sal los seres vivos no pueden vivir, por eso se les da a los animales domésticos, y hasta hace poco era uno de los pocos métodos para conservar los alimentos. Por eso, en una época en la que los sistemas para obtenerla eran bastante primarios, la sal era una mercancía cara y necesaria.

La cosa no cambió mucho tras la conquista romana. Las ciudades etruscas perdieron importancia a favor de las nuevas colonias romanas y el campo se llenó de villas más o menos grandes que explotaban los campos cercanos. El lago y el río Ombrone continuaron usándose como vía de comunicación (el puerto romano del río Ombrone fue descubierto el año pasado), y las salinas siguieron en funcionamiento, aunque aún no se han descubierto.


La llanura de Grosseto en época romana, con las villas entorno al río Ombrone.

Y llegamos a la Edad Media, y el listo que me diga que es una era oscura se llevará un patadón en el culo, con lo bonita que es. La zona, como la mayor parte de Italia, fue invadida por los longobardos, un pueblo bárbaro (como nuestros visigodos), la mayoría de las villas fueron abandonadas o sustituidas por pequeñas aldeas y las ciudades perdieron importancia. Roselle siguió siendo la sede episcopal, que era de las pocas autoridades que quedaban en la zona, pero hacia el siglo IX quedó prácticamente abandonada, por lo que el obispo cogió sus bártulos y se trasladó definitivamente a Grosseto.

Grosseto en principio era una aldeita de cabañas de madera y adobe, situada cerca del río y de la principal carretera que atravesaba la región, la vía Aurelia, que recorría el litoral tirrénico uniendo Roma con Pisa. Este pueblecito va creciendo poco a poco gracias al comercio y, de nuevo, la explotación de la sal. Cuando el obispo se traslada a vivir allí puede decirse que se convierte por fin en una ciudad que empieza a funcionar como una especie de capital de la zona.


Aspecto que podría haber tenido Grosseto en un principio.

Durante casi todo el medievo, la región estuvo controlada por la familia Aldobrandeschi, que a ratos eran colegas del emperador de turno del Sacro Imperio, a ratos eran más amigos del Papa, y la mayor parte de las veces hacían en sus tierras lo que les salía de los huevos, dándose de bofetadas con uno y con otro, con las repúblicas independientes vecinas o con las ciudades de sus propios dominios que reclamaban más autonomía. Lo dicho, un berenjenal de tres pares de narices.

El caso es que Grosseto intentaba independizarse del control de la familia esta y convertirse en una república independiente como lo eran ya otras ciudades toscanas (Siena, Luca, Florencia, Pisa…), pero nunca lo consiguió. En el siglo XIV fue invadida por Siena. Es en ese momento cuando se construyó la primera gran muralla de la ciudad y se iniciaron los trabajos de la catedral. La sal que se obtenía en el lago venía almacenada en una especie de minifortaleza llamada cassero del sale


El cassero, entrada principal a la ciudad durante el dominio sienés.
  

La llanura grossetana en el siglo XIV.


Cassero del sale.

Fue justo cuando el poder de Siena empezó a disminuir, primero con la Peste Negra y luego por el empuje cada vez mayor de Florencia, hasta que en el siglo XVI, todo el territorio sienés, Grosseto incluido, pasó a formar parte del Gran Ducado de Toscana, gobernado por los Medici. Es entonces cuando se construye la muralla actual, convirtiendo a Grosseto en una fortaleza que protegiera el extremo sur del ducado frente a posibles ataques del Papa.


Construcción de las murallas mediceas y el nuevo cassero, que englobaba el anterior.

¿Pero que pasaba con el lago? Durante la Edad Media siguió usándose como antes, pero algo empezaba a cambiar. Los sedimentos que traían los ríos que desembocaban en él fueron colmatando poco a poco el lago, de forma que su superficie fue disminuyendo y en las orillas empezaron a aparecer zonas poco profundas y ciénagas, que podían utilizarse como zona de caza. Con los Medici la cosa siguió igual pero poco a poco la laguna se fue colmatando y acabó convirtiéndose en una ciénaga. El tema de la sal se dejó y la ciudad empezó a decaer. A esto hay que sumarle las enfermedades: en las ciénagas hay mosquitos y uno de ellos es un poco más cabrón que el resto porque te contagia la malaria. Sin vacunas ni insecticidas la peña moría a puñados, hasta el punto que durante seis meses al año (primavera-verano), toda la administración y organismos oficiales de Grosseto se trasladaban a Scansano, un pueblo de las montañas a unos treinta kilómetros y más aireadito. Así la gente no la palmaba, pero la ciudad quedaba prácticamente desierta.

Bueno, creo que con esto de momento habéis tenido bastante, que tampoco quiero abusar de vuestra paciencia de no historiadores, aunque alguno hay por ahí. Ya seguiré con el tema un poco más adelante, porque lo poco agrada y lo mucho cansa.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Lecturas de viaje. Hoy: Yo, Claudio.

¡¡¡¡¡Señoreeeeesss!!!!! Sección nueva, si es que estoy que lo regalo, sección por día. No paro de crear. Esta vez intentaré enriquecer vuestras inquietas mentes con algo muuuucho más interesante que mis viajes y mis frikadas. Aquí se hablará de libros, cuentos y relatos en general que tengan que ver con Grosseto o con la Toscana. Porque leer enriquece la mente, es relativamente barato y no hay otra cosa mejor que hacer en el metro cuando se va o se vuelve del curro. Y como decían en la Bola de Cristal:


Y para empezar, visto el sitio al que está dedicado el blog (Italia, por si alguno no se había enterado aún), que mejor que una de romanos, un clasicazo de los que hacen época. Bueno, en realidad son dos: “Yo, Claudio” y su secuela “Claudio el dios y su esposa Mesalina”, ambas de Robert Graves. Si queréis saber un poco más sobre la caída de la anquilosada República y el nacimiento del Imperio estos son vuestros libros. En ambos el narrador es el propio emperador Claudio que, viejo y cansado, viendo acercarse el fin de sus días (vamos, que ve que se lo van a cargar), decide escribir sus memorias. En “Yo, Claudio” comienza mucho antes de su nacimiento, con la caída de la República y el alzamiento de Augusto, que poco a poco se hará con el control del gobierno, instaurando el Imperio, y termina con la proclamación de Claudio como emperador. En el segundo se limita a contarnos los años de su reinado.



A lo mejor os suenan más por la miniserie de trece episodios que la BBC produjo en 1976 y que aún hoy reponen en la tele de vez en cuando, titulada como el primer libro aunque incluye los dos. Entre los actores, que eran ciento y la madre, seguramente conozcáis a Derek Jacobi, que interpretaba a Claudio, o a John Hurt, que hacía de Calígula y que os sonará porque ha interpretado al vendedor de varitas mágicas en la serie de Harry Potter, al padre adoptivo de Hellboy, o al malo de “V de Vendetta” entre otros muchos. Por cierto, hace poco salío la noticia de que la HBO ha comprado los derechos del libro para hacer un remake de la serie.


Tranquilos que las novelas no son para nada aburridas, o al menos a mi no me lo parecieron. Son más parecidas a un culebrón que a una novela histórica convencional, sobretodo la primera. Además de datos históricos de los de siempre (batallitas, discursos en el senado, política…) tenéis todos los cotilleos y detalles morbosos que os podáis imaginar sobre los miembros de la dinastía Julio-Claudia, y creedme, no eran pocos: matrimonios, incestos, envenenamientos, orgías, destierros, luchas de poder… Vamos, que comparada con una cena en esa casa la Guerra de Troya era una berbena de barrio. No hay más que ver el árbol genealógico para darse cuenta de que muy normales no podían salir…



 Y todo bastante bien documentado; Graves utilizó como fuente a autores clásicos que conocieron a los protagonistas o que tuvieron acceso a fuentes históricas de primera mano (Tito Livio, Tácito y sobretodo Suetonio con su “Vida de los doce Césares”). Aun así, las fuentes nunca son del todo fiables y no hay que olvidar que esto es una novela y por tanto la ficción aparecerá siempre, mejor o peor disimulada, así que no lo toméis como un libro de historia. Aunque muchas cosas sean ciertas, ES UNA NOVELA.

¿Y qué tienen que ver estos libros con Grosseto? Y más teniendo en cuenta que es una ciudad de fundación medieval, es decir, no existía como tal en época romana. La respuesta se encuentra en dos lugares: la vecina ciudad de Roselle y el museo arqueológico.

De Roselle ya os hablaré más adelante, sólo os diré que era una antigua ciudad de origen etrusco que se encuentra a unos 10 kilómetro al norte de Grosseto y que fue abandonada definitivamente entorno al siglo IX a favor de la ciudad actual. Durante las excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo allí en los años 60 apareció un templo, el Augusteo, construido durante el reinado de Claudio y dedicado al culto de la familia imperial. En su interior se encontró el grupo escultórico más extenso y de mejor calidad conocido hasta ahora de estatuas que representan a varios miembros de la dinastía Julio-Claudia. Hoy es posible verlo en la Sala de las estatuas del museo de Grosseto.



La sala impresiona. Grande, pintada de blanco, y llena de estatuas y bustos de mármol de muchos de los personajes no sólo de la novela sino de uno de los momentos más apasionantes de nuestra historia. Es como si Medusa (el monstruo mitológico que convertía al que le miraba en piedra, no el bicho que da por culo en la playa) se hubiera dado un garbeo por la sala.

La sensación de estar rodeado por el silencio del museo, sólo, y con todas esas miradas fijas en ti, miradas congeladas en el tiempo, es sobrecogedora. Germánico, padre de Calígula y hermano de Claudio, aparece vestido con la toga y el brazo levantado, en el momento de dirigirse a los miembros del Senado. Desde un lado, Drusila, su hija y favorita de Calígula, le mira, mientras que el busto de Claudio parece observar a sus dos hijos, el niño Británico y la jovencita Octavia. Como ellos, otras tantas estatuas de hombres, mujeres y niños y cerrando el conjunto, la pareja fundadora, Augusto y su esposa, Livia, representados como los dioses Júpiter y Ceres.


Augusto


Livia



Octavia



Livilla
 
Pero este no es el único sitio de por aquí cerca relacionado con la novela (tranquis que ya corto el rollo). Ahora cuando un hijo, un nieto o un padre nos toca un poco los cojones, le decimos que salga a dar una vuelta, pero en la antigua Roma directamente se desterraba al susodicho, mandándole al culo del mundo o a una isla canija, que en Italia hay muchas. Pues bien, eso es lo que le pasó a Póstumo Agripa, último nieto vivo de Augusto y su heredero oficial. No se sabe el motivo por el que el abuelo se cogió el berrinche con el chaval. Dicen que porque era homosexual y se pasó de la ralla, otros que fue culpa de Livia, que malmetía… (En la novela Graves se inventa otro motivo, también bastante morboso). El caso es que en el año 7 el principito fue desterrado a una isla, de la que no volvería a salir nunca más porque cuando el abuelo murió en el año 14, Tiberio, el nuevo emperador y padrastro de Póstumo, le mandó asesinar (si ya os decía yo, una familia cojonuda).

El caso es que esa isla es una de las siete que forman el archipiélago Toscano. Se llama Pianosa (porque es plana), está cerca de la isla de Elba y sí, tendrá unas playas cojonudas y un agua transparente, pero no deja de ser un pelagartal de 10 kilómetros cuadrados en medio del mar. Eso sí, el Póstumo se lo montó que te cagas. Se construyó una villa (una especie de palacete), con sus termas y su teatro que miraba al mar (porque el destierro no justifica la falta de glamour), y dicen que no se privaba de nada, con fiestas y orgías llenas de niñatos en pelotas. El colega acabaría con una espada en la tripa, pero hay que reconocer que aprovechó el tiempo.

Y hasta aquí el post literario, un poco largo pero bastante interesante ¿no? Dos libros, una serie, un museo y una isla, si es que estoy que lo regalo. Los siguientes serán más cortitos, prometido.

jueves, 1 de septiembre de 2011

¡¡¡Oído cocina!!! Hoy: la porchetta.

¡Chavales, inauguramos sección! La primera sección temática oficial de este blog, y no podía ser de otra manera, dedicada a la gastronomía de este gran país. Y os equivocáis si creéis que la comida italiana se reduce a los espaguetis carbonara, la pizza y el helado. Todo eso es verdad, lo hacen genial, pero es que hay mucho más. Sería como decir que la cocina española no va más allá de la paella y el jamón serrano. Pero antes de empezar con el rollo os pongo el video de un experto, quién mejor que él para presentar un post gastronómico (Como se me va la pinza la Virgen):


Esta gente es como nosotros, en la mesa adoran el cerdo sobre todas las cosas, como buen pueblo civilizado. Y aunque por lo general para mi gusto no llegan al nivel de los embutidos españoles (mi dispiace ragazzi, comunque voi avete tante altre cose insuperabili), no se quedan cortos. Es más, tienen cosas que nosotros no tenemos, y una de ellas es la protagonista de este post: la porchetta.


La porchetta es un plato típico de la Italia central que le pasa como al Quijote, nadie sabe donde ha nacido pero son varios los pueblos que se dan de bofetadas por llevarse el mérito. Tampoco se sabe quién la inventó, si los etruscos, los romanos o los marcianos, pero sinceramente, a quién le importa. Está buenísima y punto. Lo que si es seguro es que hay dos tipos, según con que hierba se sazone la carne: hinojo silvestre en Umbria, Marche, Romagna y alto Lazio y romero en Toscana y Castelli Romani.

La receta es tan simple que cualquiera la puede hacer en casa... Solo necesitamos un cerdo de un año, 6 kilos de sal, 6 de pimienta, 2 kilos de dientes de ajo, una buena cantidad de hinojo o romero y una ramita de perejil. Vamos, lo normal en una casa. Se coge el cerdo, se mata, se abre en canal y se vacía, guardando solo el hígado y se deshuesa. Atención, no cortéis la cabeza. El interior se lava y se sazona con la sal, la pimienta, los dientes de ajo enteros, sin pelar, las hierbas y el hígado cortado en trozos. Luego se cierra el bicho con una cuerda y se mete a cocer en un horno de leña entre dos y cinco horas, dependiendo del tamaño del bicho (Quien no tenga un horno de leña en su cocina no es un ser humano completo).

El resultado es una especie de salchicha gigante con cabeza de cerdo que se va cortando en rodajas. Por lo general se come en bocadillo y el sabor es parecido al del lacón, pero más fuerte y muy especiado.


Os lo encontráis en todos los mercadillos y sagras (fiestas temáticas) de todos los pueblos y ciudades del centro de Italia. Hasta en el futbol, cómo bien dice el futbolista Francesco Totti en el último anunció de una compañía de móviles:


Y como no, lo mejor para acompañar un panino con la porchetta es una birra Moretti como Dios manda. En Grosseto era el menú de los jueves, ¿verdad, muchachada? Jejejeje.

Los tres porqueteros: Laconcito, Tocinete y Cochinín

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