Hola chavalada!!!! Lo sé, soy un despojo. Os he dejado más plantados que a un ficus durante más de mes y medio, pero este periodo ha sido movidito y no tenía yo la cabeza como para ponerme con el blog como se merece. La navidad, el final del master, escribir el proyecto y luego la presentación, la mudanza… Sí, mudanza. Este será el primer post que escribo desde mi vuelta definitiva a Madrid, después de más de dos años de aventura italiana, que espero se repita en el futuro. Pero aunque haya vuelto a mis orígenes no pienso dejar de escribir, así que vamos al tema.
Por desgracia, una vez más debo dedicar un post a eso mismo, una desgracia. Desde hace una semana, y aunque muchos no lo sabrán, Grosseto y la Maremma son noticia por el naufragio frente a la costa de la isla del Giglio del trasatlántico Costa Concordia la noche del viernes 13 de enero (si al final el dicho de no casarse y no embarcarse va a ser verdad). El asunto sería casi de chiste por lo absurdo si no fuera porque ha habido muertos (por ahora trece que se sepa), aún hay desaparecidos, el susto de los supervivientes y por el desastre ecológico que supondría el escape de las más de dos toneladas de carburante que aún llenan los depósitos del barco.
Por lo visto, aunque todavía no hay nada seguro, el capitán del crucero se acercó demasiado a la costa con la intención de saludar a la isla, encendiendo todas las luces y haciendo sonar las bocinas del barco. El motivo era homenajear a uno de los miembros de la tripulación, natural de la isla. Ya el motivo es bastante idiota, pero parece que no era la primera vez que se hacía algo parecido. La última vez fue el 14 de agosto pasado, y por las cartas que se mandaron luego el alcalde de la isla y el capitán de ese otro barco (que no sé si era el mismo que el del crucero naufragado) estaban todos encantados con la iniciativa y esperaban que se convirtiera en una tradición. El caso es que esta vez salió mal. La zona está plagada de escollos y uno de ellos rajó el casco, creando una vía de agua. La evacuación fue un caos, los sistemas para bajar los botes no funcionaban, la tripulación no sabía que hacer y la gente, no sabiendo que estaban a menos de cien metros de la costa, entró en pánico. Eso sí, el capitán aplicó la ya antigua técnica de “marica el último” y fue de los primeros en coger un bote e ir cagando ostias al puerto para llamar a su madre.
¿Y eso que tiene que ver con el blog? Pues que el Giglio es una de las siete islas que forman el archipiélago Toscano (de una de ellas, Pianosa, ya hablé en un post anterior) y pertenece a la provincia de Grosseto. De hecho, desde la playa se alcanza a ver la silueta de la isla sin demasiada dificultad. Es la segunda más grande del archipiélago después de Elba, pero aún así es chiquitita, con un máximo de 9 kilómetros de largo por 4 de ancho (unos 21 km²) y una altura máxima de 496 metros . Tiene menos de 1500 habitantes y constituye uno de los centros turísticos más importantes de la costa por su riqueza natural. Forma parte del Parque Nacional del Archipielago Toscano, la zona marítima protegida más grande de Europa, y es famosa por los numerosos puntos donde practicar submarinismo y por el avistamiento de cetáceos (¿Os recuerdo las dos toneladas de carburante del puñetero barco?). En verano se llena de turistas, pero ahora allí no hay ni Dios.
En la isla hay solo tres pueblos, agrupados todos en el mismo término municipal: Giglio Castello, un pueblecito medieval amurallado en el interior de la isla, el más antiguo de los tres, Giglio Porto, el puerto del anterior pueblo, con casitas muy monas de colorines, un paseo marítimo chiquitín (y ahora un transatlántico medio hundido en la bahía), y por último Giglio Campese, el más nuevo y playero, en la costa oeste.
Giglio Porto. |
Giglio Castello. |
Y para terminar, algunas cosas curiosas sobre la historia de la isla: habitada desde la Edad del Hierro, fue elegida por la familia patricia de Roma de los Domizio Aenobarbo (la familia paterna del emperador Nerón) para construirse un chalet de verano, o sea, una villa que te cagas que tenía hasta piscifactoría. Hoy se pueden ver algunas ruinas cerca de Giglio Porto. Por cierto, que la isla es muy famosa entre los arqueólogos por su riqueza en barcos hundidos de todas las épocas. Creo que el capullo del capitán del Costa Concordia no conocía este dato.
Durante el medievo, la isla pasó de unas manos a otras hasta que llegaron los pisanos y la ocuparon desde 1264 hasta 1406, cuando tuvieron que cedérsela a Florencia. En 1544 fue tomada al asalto por las tropas del pirata Barbarroja, que destruyó, mató y esclavizó a todo bicho viviente.
Bueno gente, pues lo dicho. Espero que el tema del crucero de las narices termine pronto y bien (al menos todo lo bien que pueda acabar a estas alturas) y la isla vuelva a ser lo que ha sido siempre, una joya de las muchas que todavía hoy existen en el Mediterráneo. De este verano no pasa sin que me marque un viajecito por allí. Mientras seguiré escribiendo.
Cómo siempre, muy pronto más y mejor.