viernes, 7 de octubre de 2011

¡Anda, como Indiana Jones!

Eso es lo que mucha gente te dice cuando se entera de que estudias arqueología. Normalmente mi reacción es sonreír y decir “Más o menos”, mientras pienso “Con los cojones”. Como profesión es muy romántica, hay que reconocerlo. La peña te imagina abriendo una tumba egipcia llena de momias y tesoros o descubriendo civilizaciones perdidas. No digo que eso no sea posible, alguno hay que llega a hacerlo, pero no es lo habitual.

Por lo general, el arqueólogo trabaja en una excavación, un museo o un laboratorio. En la excavación el curro es muy parecido al de un peón de obra: te levantas al amanecer, curras hasta que hay luz, si hace frío, te jodes, si hace calor, te jodes aún más, estás la mitad del tiempo tirado por el suelo rascando la tierra, comiendo polvo y acarreando carretillas como un condenado. Y todo para seguir un murito de piedra, quitar un estrato de tierra o a veces para darte cuenta de que allí no hay nada. Es cuando llevas currando un mes cuando te das cuenta de que, uniendo el trabajo de todo el equipo, el murito se ha convertido en una casa, en el estrato de tierra ha aparecido un montón de cerámica chulísima o que, aunque aparentemente no hay nada, una mancha más oscura en un rincón puede ser una fosa con muerto dentro. Todas esas cosas, puestas en relación unas con otras, dan como resultado una o varias teorías o interpretaciones que pueden ayudarnos a entender mejor un mundo muy distinto al nuestro y prácticamente desaparecido. Es entonces cuando tu trabajo se vuelve gratificante con la sensación de que has puesto tu granito de arena en algo muy grande.

Eso sí, nada de látigos, ni sombreros, ni tías cachondas, ni manadas de moros que excavan mientras tú miras, ni arcas perdidas, ni stargates. Es lo que hay.


Como ya os dije la semana pasada, Osbaldo nos invitó a Ibon y a mí a una excavación en la antigua ciudad de Vetulonia. Actualmente es un pueblecito de aire medieval en lo alto de una montaña, dominando toda la llanura grosetana. Pero 2600 años atrás en el tiempo (mes arriba mes abajo) era una importante ciudad etrusca que controlaba un vasto territorio y cuyas riquezas hicieron que, a partir de las excavaciones arqueológicas del siglo XIX, fuera conocida como la ciudad del oro.

Su historia sigue la línea general que os conté en el post anterior: al principio (siglo IX a.C.), había dos pueblos en lo alto de las montañas. Lo único que se conoce de este momento son las necrópolis, con tumbas que van desde el simple agujerito en el suelo para el más desgraciao hasta los grandes túmulos con enterramientos colectivos y ajuares alucinantes. A un cierto punto se abandonan estos dos pueblos y la peña se va a vivir toda junta a lo alto del monte (siglo VIII a.C.), naciendo así la ciudad, Vatluna en etrusco. Durante casi dos siglos es la reina de la fiesta: muchos historiadores romanos la citan en sus obras. Según algunos, como Silio Itálico y Tito Livio, Roma adoptó aquí sus símbolos de poder: la silla curul, el fasces del lictor y la toga praetexta. Hasta que la cosa empieza a ir más floja. Parece que se recupera cuando los romanos destruyen la ciudad de al lado, llegó incluso a acuñar moneda, pero durante la dominación romana se convertirá en un centro secundario.


En algún momento de la Edad Media pasó algo curioso: El pueblo en el que se había convertido Vetulonia cambió su nombre por el de Colonna di Buriano, perdiéndose completamente la ubicación de la ciudad. Vamos, que cuando alguien leía en los textos antiguos algo sobre la ciudad, no la sabía identificar con ninguna población existente todavía. En el siglo XVIII los historiadores empezaron a darse de bofetadas, cada uno defendiendo una teoría distinta que identificaba Vetulonia con alguna ciudad (Viterbo, Vulci…). El combate lo ganó un médico de pueblo y arqueólogo aficionado a principios del siglo XIX. El colega se puso a excavar como loco por todo el pueblo y alrededores, encontrando de todo: calles, casas, tiendas, tumbas… Y entre todos los objetos desenterrados los dos más importantes fueron dos monedas del siglo III a.C. en las que se leía VATL, abreviatura de Vatluna. El reconocimiento del mundo académico llegó con el decreto que en 1887 devolvió al pueblecito su antiguo nombre perdido.

En fin, que me enrrollo. El caso es que llegamos allí el primer día a eso de las 8:30 de la mañana. Y lo hicimos bien despiertos a pesar de la hora. Ibon tenía un método infalible para espabilarte: poner en la radio de su coche rock y heavy a toda pastilla durante todo el trayecto. Cuando llegamos, Osbaldo nos presentó al grupo de trabajo, varios chavales bastante jóvenes de una cooperativa de la región de Umbria y varios voluntarios. Nos acogieron estupendamente (dos pares de manos gratis nunca vienen mal) y nos empezaron a explicar el panorama.

Hay que decir que el sitio no estaba nada mal. No era un pelagartal perdido en el culo del mundo, como muchas veces pasa (ya os contaré alguna experiencia de ese tipo). Estaba a las afueras de la ciudad, en la zona arqueológica excavada en los años 80, con bastantes árboles alrededor. El objetivo de nuestra excavación era entender un poco mejor una zona en concreto. Lo único que se veía era una calzada (carretera de lastras de piedra) subir la cuesta hasta desaparecer en un terraplén. A un lado parecía que un muro cortaba dicha calzada, haciéndola más estrecha en ese punto (Eso para un arqueoloco es guay, porque quiere decir que el muro se hizo después de la calzada). Se pretendía entender el trayecto de la calzada y a qué se correspondía ese muro.

La calzada que subía la cuesta, con el muro de la domus que la corta en un lado.

La estancia de la domus que se pretendía excavar, el primer día de curro.

Empezamos a darle al pico y en esto que a la media hora oigo a Ibon decir con ese acento tan de Bilbao: “¡Anda, una moneta!” ¡El cabrón había descubierto una monedita el primer día de su primera excavación! Si es que cuando alguien es tan grande como él, lo es en todos los campos.


La "moneta"

Material vario encontrado durante la excavación.

Otra frikada: unladrillo con la huella de un perro.

Fueron tres semanas de octubre geniales. El trabajo era duro, pero no nos llovió ni una sola vez, la gente, incluida la directora del museo del pueblo, nos hizo sentir parte del equipo desde el primer día, y pude ver técnicas que no había visto nunca, como el uso del georadar (Es como hacerle una ecografía al suelo para ver si hay algo debajo). Al final llegó esa sensación de la que os hablaba al principio de haber hecho algo grande en cierto sentido.

¿Los resultados? Pues bastante importantes para lo que es el mundillo (A los que estéis fuera del mundillo os parecerán una mierda, aviso. Tenéis que entender que la perspectiva sobre lo que mola una cosa es directamente proporcional a los días que te tiras comiendo tierra). El muro resultó pertenecer a una casa o “domus” que fue destruida por un incendio (se encontraban trocitos de carbón por todas partes). En la habitación que se excavó apareció un “dolio” o tinaja grande de cerámica clavada en el suelo para almacenar alimentos. Estaba enterita y para vaciarla uno de los voluntarios se tuvo que meter dentro. Por desgracia, en su interior sólo había restos de tejas y carbones, nada del otro mundo.

Se empieza a ver la boca del dolio.

El dolio, con todos los aparatejos para la foto de excavación.

Vaciando el dolio desde dentro.
Ahí acabó la campaña en la que nosotros participamos, pero luego hubo otras a las que no pudimos ir por distintos motivos. Y fue una putada, porque la cosa se puso bastante interesante. Al lado del dolio que encontramos aparecieron los restos de otro, la sala resultó que conservaba el pavimento original, el muro tenía casi un metro de altura conservado y hasta restos del estuco de las paredes, algo bastante raro. Los trabajos siguen adelante poco a poco, teóricamente habrá una nueva campaña de excavación antes de Navidad. Si participo ya os enterareis por el canal habitual.

Estado actual de la excavación, con el dolio desenterrado hasta su soporte original, los restos del otro al lado, la sala y la sala adyacente.
Hasta aquí vuestra primera lección de arqueología. Espero no haber sido muy plasta. ¡Muy pronto más y mejor, que estoy que lo regalo!

1 comentario:

  1. wo wo!
    la ultima foto es una pasada, con el dolio ya casi fuera del todo. q chulo!
    mu interesante pete.
    ala, a vender libros!

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