martes, 16 de agosto de 2011

Primer día de curro.

Ese fin de semana, lo pasé en casa practicando lo que aquí llaman il bel far niente (que en español viene a ser “tocarse los cojones a dos manos”). ¿Para qué estresarme sin necesidad, digo yo? Así que disfruté como un enano de mi terraza, leyendo, tomando el sol, viendo pasar las nubes y conociendo uno a uno a todos los mosquitos de la zona…

El lunes por la mañana me levanté temprano (había descubierto que mi cama no era demasiado buena, a veces algunas tablas del somier se desprendían y yo acababa en el suelo…), me adecenté y llamé al teléfono que el director del master me había dado como único medio de contacto con la dirección del museo. Mientras marcaba, me venían a la cabeza las palabras de ánimo que, durante el verano, mi querido progenitor me había dedicado (¿Y quién te dice que ese teléfono está bien? A lo mejor estás llamando a Pescadería Manolo. Ya te veo viviendo debajo de un puente). El caso es que contestaron y acerté de pleno, porque era la mismísima directora del museo. Me dijo que me presentara allí en media hora y eso hice.

El museo
Por el camino iba pensando en el tema de las prácticas. ¿Me darían algo interesante para hacer durante estos meses o me pondrían a hacer fotocopias? Sobre lo que no albergaba muchas esperanzas era la gente con la que trabajaría. Daba por hecho que serían personas de una cierta edad, desde luego no de la mía, con la que no tendría mucho en común. Afortunadamente me equivocaba.
Cuando llegué me encontré a una tipa que salía del edificio medio corriendo. Cuando me vio se paró en seco, se presentó como la directora y me dijo que ella se piraba, pero que volvía luego, así que luego hablaríamos. Mientras podía conocer a los chicos del servicio de acogida y que me enseñaran un poco la colección. Todo esto sin yo decir ni esta boca es mía. A veces pienso que si en vez de ser yo el que pasaba por allí llega a ser un albano-kosovar de esos chungos, medio museo podría haber acabado en el mercado negro.

Al entrar me encontré de cara a tres chavales, bueno, 2 chavales y una señora un poco más crecidita. Si en ese momento me hubieran dicho todo lo que iba a compartir con ellos en los próximos meses no me lo hubiera creído. Ellos eran Luca y Francesco. Me recordaron un poco a Astérix y Obélix. Luca era bajito, moreno con el pelo rizado y perilla. Francesco en cambio parecía un guiri, alto, regordete, rubio y de piel rosita. Los dos eran bastante jóvenes, más o menos de mi edad. Ella era Mónica, unos cuarenta, bajita, morena. Luego supe que los chicos trabajaban en el museo como guías a través de una cooperativa, mientras que Mónica estaba haciendo las prácticas obligatorias para la carrera de arqueología.

Luca y Francesco
Fue Luca el que se ofreció a hacerme la visita guiada. Recuerdo que hacía un bochorno de muerte y que no paraba de sudar mientras recorríamos las salas. La colección era alucinante, no entro en detalles pero, resumiendo, consistía sobretodo en materiales de época etrusca y romana provenientes de la provincia (justo lo que me interesaba). El último piso estaba ocupado por la colección de arte sacro (el nombre oficial del museo es Museo Archeologico e d’Arte Sacra della Maremma, en resumen, dos museos en uno) con lo típico, cuadros de Vírgenes, estatuas de Cristos, cálices, cruces y esas cosas que sinceramente, no me interesan un carajo.

El anticuario
                  
La sala de las estatuas

El ajuar de la Tumba de los Marfiles
Durante la visita conocí al resto del equipo que trabajaba allí: Cristina, la restauradora, dos arqueólogas, con las que no tuve mucho trato, Fiamma y Lucia, guías, y un señor que se llamaba Paolo y que aún hoy no sé a qué coño se dedicaba allí dentro. Y nunca se lo pregunté, porque no entendía nada de lo que decía, podría decirse que hablaba a pedos. Y la sorpresa fue Osvaldo, un jubilado de correos apasionado por la arqueología y que trabajaba allí por amor al arte, sin ningún tipo de cargo. En resumen, uno de los muchos personajes de esta tierra y del que os hablaré más adelante con detalle.

Cuando conseguí hablar con la directora, no me aclaró demasiadas cosas. No me dijo en que habría consistido mi trabajo, sólo que ya me lo iría diciendo Osvaldo sobre la marcha. De vuelta a la tienda del museo, me regalaron un montón de libros: la guía del museo, la guía de la ciudad, la guía para niños… Fue gracias a la guía de la ciudad que pude informarme un poco sobre su historia y por tanto, hacer lo que dije en el post anterior, conocerla un poquito mejor. Pero eso ya lo dejo para otro día que ya bastante rollo os he soltado por hoy jejeje.

1 comentario:

  1. eeeeh, espero q donde dices "moquitos" quisieras decir "mosquitos"... jaja. si no es asi, ve al medico pete!
    wo wo, q chulo. no sabia q conociste a monica tan pronto en tu llegada, jeje.
    y mu weno lo del albanokosovar! jajajaja

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