¡¡Chavalada, qué por fin ha llegado el otoño!! Y no sólo por la fecha, también en lo que al tiempo y la temperatura se refiere (por lo menos aquí, que hace un frío del carajo). Es la estación del año que más me gusta, cuando llega el fresquito después del calorazo, el campo está más bonito, recuperas del fondo del armario la chaqueta y el gorro, puedes tomarte un té caliente sin morir asfixiado y, sobretodo, cuando se come mejor. Por eso, para celebrarlo, aquí tenéis la segunda entrega de la sección dedicada a la gastronomía italiana menos conocida más allá de los Alpes.
En Grosseto, el cambio de estación se nota bastante más que en una gran ciudad como Madrid. Aquí se valora mucho el producto de temporada. Es ahora cuando empieza a venderse el vino nuovo, el que se ha hecho en septiembre, se recoge la aceituna y se hace el aceite (olio nuovo), comienza la temporada de caza del jabalí, las fruterías se llenan de naranjas (desaparecidas desde abril) y las setas (funghi) salen como… ¡pues como setas, coño! Pero lo mejor, lo que más me mola, es que llega el fruto por excelencia del otoño: la castaña. Qué queréis que os diga, la familia de mi padre es gallega y por algún lado me tenía que salir.
Para mí es casi como un ritual: coger un montón de castañas, hacerles una rajita con el cuchillo para que no estallen con el calor, moverlas de vez en cuando mientras se hacen en el horno y luego, a pelarlas como loco. Yo soy de los que pelan un montón y se las va guardando en los bolsillos calentitas para luego comérmelas todas de seguido con un buen vaso de vino (o dos, o tres…). Me quedo como Dios.
Y aquí también se puede hacer, porque también en Italia hay bosques de castaños. En concreto, a unos 50 kilómetros de Grosseto, hay una zona conocida en todo el país por la calidad y cantidad de sus castañas: el monte Amiata. De hecho, fue el primer sitio italiano donde las castañas alcanzaron la categoría de IGN (Indicazione Geografica Protetta, algo así como nuestra Denominación de Origen).
Esta montaña es en realidad un volcán, el segundo más alto de Italia con sus 1732 metros (el primero es el Etna). Se calcula que su última erupción fue hace unos 180.000 años, aunque como ya vimos en un post anterior, la actividad volcánica sigue latente en la zona a través de numerosos manantiales de agua termal (Saturnia, Petriolo, Bagno Vignone, Bagnolo…).
El Amiata. La cima más alta es la que se ve al fondo. |
Es un sitio realmente curioso. Un montañón, prácticamente aislado en medio del paisaje, que separa las suaves colinas de la Val d’Orcia (las que estamos acostumbrados a ver en las postales) de la región costera de la Maremma. Estando allí, el microclima que envuelve la montaña hace que te olvides de que el mar está a tan sólo 40 kilómetros en línea recta. Las temperaturas son durante todo el año mucha más frescas que en las zonas de alrededor, lo que hace que sus laderas estén cubiertas por bosques de hayas y castaños. En la cumbre, a la que se puede llegar tranquilamente en coche, incluso se ha construido una pequeña estación de esquí. Es el típico sitio perfecto para excursiones de un día, por lo que los fines de semana se llena de gente, de esquiadores en invierno, de domingueros que van de picnic en verano, de buscadores de setas en otoño…. Vamos, una romería continua.
Hayedo. |
Castañar. |
La pista de esquí este último invierno. |
La gente de los pueblos de alrededor, muy bonitos, por cierto, vive principalmente de esto, del turismo, de la ganadería, la madera y, como no, de la castaña. Y no se limitan sólo a venderla y fuera, hacen de todo con ella: crema, miel, licores, marron glacé, castañas en almíbar, hasta cerveza de castaña (para gustos, colores, a mí no me gusta nada y encima cuesta un riñón). Pero además, ésta es la tierra de origen de un “dulce” típicamente toscano que tiene como ingrediente principal, cómo no, la castaña: el castagnaccio (pronunciado “castañacho”).
La receta es sencilla (esta vez de verdad): se necesita harina de castaña (castaña cruda en polvo), agua, un pelín de sal, un poco de aceite, piñones, pasas, nueces en trozos y hojas de romero. Mezclas la harina con el agua y la sal hasta conseguir una pasta líquida pero densa. Le añades las pasas (que hemos tenido antes en remojo), los piñones y las nueces. Pones la mezcla en un molde untado de aceite, de modo que no supere el centímetro de espesor. Por encima le echas las hojas de romero junto con más piñones, pasas y trocitos de nueces y lo metes en el horno a 200ºC durante media hora.
El resultado es esa especie de torta de pan de castaña que veis en la foto. Sinceramente, no me entusiasma lo más mínimo. Como veis, no lleva azúcar, cuenta sólo con el dulzor de las castañas, que es mínimo, así que no sé por qué se empeñan en decir que es un postre. Y encima es pesado de narices. Hoy mismo me he comido un trozo casi por compromiso en la sagra de la castaña de Arcidosso, uno de los pueblecitos del Amiata, y creo que terminaré de digerirlo dentro de dos días… Lo dicho, que me sigo quedando con las castañas asadas y el tintorro de toda la vida.
Vista de Arcidosso. |
En fin, creo que por hoy basta. Espero haberos descubierto alguna cosilla nueva y tranquilos porque volveré a hablaros del monte Amiata en un futuro no muy lejano.
Muy pronto, más y mejor.