domingo, 23 de octubre de 2011

¡¡¡Oído cocina!!! Hoy: el castagnaccio.

¡¡Chavalada, qué por fin ha llegado el otoño!! Y no sólo por la fecha, también en lo que al tiempo y la temperatura se refiere (por lo menos aquí, que hace un frío del carajo). Es la estación del año que más me gusta, cuando llega el fresquito después del calorazo, el campo está más bonito, recuperas del fondo del armario la chaqueta y el gorro, puedes tomarte un té caliente sin morir asfixiado y, sobretodo, cuando se come mejor. Por eso, para celebrarlo, aquí tenéis la segunda entrega de la sección dedicada a la gastronomía italiana menos conocida más allá de los Alpes.

En Grosseto, el cambio de estación se nota bastante más que en una gran ciudad como Madrid. Aquí se valora mucho el producto de temporada. Es ahora cuando empieza a venderse el vino nuovo, el que se ha hecho en septiembre, se recoge la aceituna y se hace el aceite (olio nuovo), comienza la temporada de caza del jabalí, las fruterías se llenan de naranjas (desaparecidas desde abril) y las setas (funghi) salen como… ¡pues como setas, coño! Pero lo mejor, lo que más me mola, es que llega el fruto por excelencia del otoño: la castaña. Qué queréis que os diga, la familia de mi padre es gallega y por algún lado me tenía que salir.


Para mí es casi como un ritual: coger un montón de castañas, hacerles una rajita con el cuchillo para que no estallen con el calor, moverlas de vez en cuando mientras se hacen en el horno y luego, a pelarlas como loco. Yo soy de los que pelan un montón y se las va guardando en los bolsillos calentitas para luego comérmelas todas de seguido con un buen vaso de vino (o dos, o tres…). Me quedo como Dios.

Y aquí también se puede hacer, porque también en Italia hay bosques de castaños. En concreto, a unos 50 kilómetros de Grosseto, hay una zona conocida en todo el país por la calidad y cantidad de sus castañas: el monte Amiata. De hecho, fue el primer sitio italiano donde las castañas alcanzaron la categoría de IGN (Indicazione Geografica Protetta, algo así como nuestra Denominación de Origen).

Esta montaña es en realidad un volcán, el segundo más alto de Italia con sus 1732 metros (el primero es el Etna). Se calcula que su última erupción fue hace unos 180.000 años, aunque como ya vimos en un post anterior, la actividad volcánica sigue latente en la zona a través de numerosos manantiales de agua termal (Saturnia, Petriolo, Bagno Vignone, Bagnolo…).

El Amiata. La cima más alta es la que se ve al fondo.
Es un sitio realmente curioso. Un montañón, prácticamente aislado en medio del paisaje, que separa las suaves colinas de la Val d’Orcia (las que estamos acostumbrados a ver en las postales) de la región costera de la Maremma. Estando allí, el microclima que envuelve la montaña hace que te olvides de que el mar está a tan sólo 40 kilómetros en línea recta. Las temperaturas son durante todo el año mucha más frescas que en las zonas de alrededor, lo que hace que sus laderas estén cubiertas por bosques de hayas y castaños. En la cumbre, a la que se puede llegar tranquilamente en coche, incluso se ha construido una pequeña estación de esquí. Es el típico sitio perfecto para excursiones de un día, por lo que los fines de semana se llena de gente, de esquiadores en invierno, de domingueros que van de picnic en verano, de buscadores de setas en otoño…. Vamos, una romería continua.


Hayedo.



Castañar.



La pista de esquí este último invierno.

La gente de los pueblos de alrededor, muy bonitos, por cierto, vive principalmente de esto, del turismo, de la ganadería, la madera y, como no, de la castaña. Y no se limitan sólo a venderla y fuera, hacen de todo con ella: crema, miel, licores, marron glacé, castañas en almíbar, hasta cerveza de castaña (para gustos, colores, a mí no me gusta nada y encima cuesta un riñón). Pero además, ésta es la tierra de origen de un “dulce” típicamente toscano que tiene como ingrediente principal, cómo no, la castaña: el castagnaccio (pronunciado “castañacho”).

La receta es sencilla (esta vez de verdad): se necesita harina de castaña (castaña cruda en polvo), agua, un pelín de sal, un poco de aceite, piñones, pasas, nueces en trozos y hojas de romero. Mezclas la harina con el agua y la sal hasta conseguir una pasta líquida pero densa. Le añades las pasas (que hemos tenido antes en remojo), los piñones y las nueces. Pones la mezcla en un molde untado de aceite, de modo que no supere el centímetro de espesor. Por encima le echas las hojas de romero junto con más piñones, pasas y trocitos de nueces y lo metes en el horno a 200ºC durante media hora.


El resultado es esa especie de torta de pan de castaña que veis en la foto. Sinceramente, no me entusiasma lo más mínimo. Como veis, no lleva azúcar, cuenta sólo con el dulzor de las castañas, que es mínimo, así que no sé por qué se empeñan en decir que es un postre. Y encima es pesado de narices. Hoy mismo me he comido un trozo casi por compromiso en la sagra de la castaña de Arcidosso, uno de los pueblecitos del Amiata, y creo que terminaré de digerirlo dentro de dos días… Lo dicho, que me sigo quedando con las castañas asadas y el tintorro de toda la vida.

Vista de Arcidosso.
En fin, creo que por hoy basta. Espero haberos descubierto alguna cosilla nueva y tranquilos porque volveré a hablaros del monte Amiata en un futuro no muy lejano.

Muy pronto, más y mejor.

domingo, 16 de octubre de 2011

Aqua carda cor latte.... sti barbari!

A todos los que estudiamos un idioma distinto al nuestro nos ha pasado alguna vez: nos tiramos años yendo a clase, memorizando listas de palabras, practicando a la mínima que podemos, viendo pelis y series en versión original… Y al final, cuando nos vamos al país donde lo hablan, resulta que no entendemos un carajo de lo que nos dicen y ellos no entienden ni una palabra de lo que les decimos nosotros. Frustrante. Pero es que no nos damos cuenta de que muchas veces no es culpa nuestra, sino de otros factores que generalmente no nos explican en clase pero que podríamos deducir nosotros mismos, ya que en el español también están presentes: no todos los que hablan una lengua la hablan igual ni hablan de la misma forma con todo el mundo. Resumiendo: en todas las lenguas existen acentos distintos y expresiones o palabras que se usan dependiendo de a quien tengamos delante.

Y chavales, Italia no es distinta, al contrario. Hasta que no estuve aquí y empecé a hablar con la gente, no me di cuenta de la cantidad, no sólo de acentos, sino también de dialectos que existen en este país. Y que nadie me diga que en el caso del italiano eso no importa mucho porque a fin de cuentas es muy parecido al español y siempre se entiende. Y un cuerno. A veces oyes cada cosa que dirías de todo menos que el que lo ha dicho es italiano.

El uso de una lengua, por lo general, está relacionado con un territorio y por tanto, también con su evolución a lo largo de la historia. En el caso de Italia, tenemos un estado bastante joven, resultado de la unificación, hace justo 150 años, de los diferentes estados en los que se dividía la bota (Estados Pontificios, Lombardía, Véneto, Gran Ducado de Toscana, Reino de Nápoles y dos Sicilias…). Cada uno de esos trocitos tenía una o varias lenguas que se parecían poco o nada unas a otras (Hablando claro, un milanés y un napolitano, por ejemplo, eran incapaces de entenderse). Tras la unificación, era necesario declarar una lengua oficial, común a toda la población y sobretodo a la administración, porque si no, a ver quién era el guapo que se aclaraba. Fue entonces cuando se proclamó el italiano que conocemos hoy como única lengua oficial de Italia.

File:Italia 1843.svg
Italia antes de la unificación de 1861
¿Pero de donde carajos se sacaron esa lengua? ¿Existía ya o se la inventaron a base de coger un poco de una y un poco de otra para tener contento a todo el mundo? Pues existía ya, era el dialecto usado desde siempre en la Toscana, conocido como toscano. ¿Y por qué se eligió ese y no otro, como el sardo, el véneto o el calabrés, por ejemplo? Por una razón cultural: Dante, a la hora de escribir la “Divina Comedia”, clásico absoluto de la literaria italiana, había usado el dialecto toscano (Dante era florentino) y por si fuera poco, lo mismo hicieron otros dos autores igualmente significativos, Bocaccio y Petrarca, también toscanos. De hecho, los italianos muchas veces se refieren a su propio idioma como la lingua di Dante.

Dante Alighieri. Guapérrimo ¿eh?
¿Y entonces qué pasó con el resto de dialectos y lenguas? ¿Desaparecieron? Pues no. La mayoría han sobrevivido hasta la actualidad, algunos incluso están protegidos a nivel institucional, siendo usados todavía por gran parte de la población. Rara es la región que no tiene su propio dialecto. Por supuesto, lo mismo ocurre con los acentos (no confundir acento con dialecto; el primero se refiere a la entonación con la que se habla, el segundo es una forma similar al italiano pero que no llega a tener el nivel de lengua).

Y no os podéis imaginar lo que mola eso. Algunos acentos y dialectos son divertidísimos. Yo, después de vivir aquí dos años, soy capaz de reconocer algunos, los más característicos, pero del resto lo único que sé decir es si son del norte o del sur, sin especificar zona. Para que os deis cuenta, he buscado fragmentos de películas y canciones en los que se nota la diferencia. Muchos no habláis italiano, pero da igual, la cosa es distinguir la entonación.

Y como no podía ser de otro modo, empezamos con la Toscana. Aquí cada provincia tiene un acento propio (la zona de Livorno, la de Grosseto, la de Florencia…), aunque yo aún no llego a distinguirlos o a asociarlos con una zona en concreto. A excepción del livornés, que es supercaracterístico. Es un acento muy nasal y, cómo decirlo, muy… “arrastrao”. Y para que lo veáis, os pongo un video de un par de humoristas liborneses, “Il nido del cuculo”, que se dedican a doblar trozos de películas al estilo de nuestro “El Informal”:


Una característica que sí es común a casi toda la Toscana es la pronunciación aspirada del sonido /k/ (casa, cameriere, quattro = hasa, hameriere, huattro), que parece que viene desde el medievo pero que no se produce en todas las palabras. Cómo dijo una vez Roberto Benigni (también toscano, de Arezzo): “Un caffé, due haffé, tre caffé, quattro haffé”. La misma palabra con una pronunciación distinta según la palabra que le precede. En relación a esto, todos los italianos saben que para tomar el pelo a un toscano basta con decirle que vaya al bar a pedir una “Coca-Cola con la canucia corta corta di colore colorato”. Aquí tenéis un ejemplo de canción en la que se reivindica la “belleza” de esta forma de pronunciar, un rap del grupo Manu PHL, “Jente Di Toscana”:


Y nos vamos hacia el sur de la península, a la bella Napoli. Allí todavía se sigue usando el dialecto campano, con sus variantes regionales. Estando aquí hice un viaje a la zona de Nápoles y Salerno para visitar las ciudades del Vesubio y os aseguro que no me enteraba de nada de lo que hablaba la peña. Pero no me deprimí porque sabía que a los italianos del norte les pasa lo mismo cuando bajan a las regiones del sur. Eso se ve muy bien en “Benvenuti al sud” (“Bienvenidos al sur”), una película de 2010 dirigida por Luca Miniero, remake de la francesa “Bienvenidos al norte”. En ella, un empleado de correos de Milán es trasferido (como castigo) a la oficina de un pueblecito de Salerno. Durante toda la peli, que no es nada del otro mundo pero que es simpática, se van viendo y desmintiendo muchos de los tópicos que la gente del norte tiene de la del sur. Uno de ellos es, claro, el idioma (es una película que se tiene que ver por cojones en versión original):


Un poquito más abajo, en la Puglia (la zona del tacón), tienen otro dialecto, que yo no llego a distinguir del campano pero que no tiene nada que ver. Se ve bastante bien en la comedia “Oggi sposi”, del 2009, dirigida por Luca Lucini. En ella, Niccolo, un policía de Bari, quiere casarse con su novia indú, y se lo dice a sus padres, una pareja de campesinos tradicional. En el dialecto pugliese, como en el campano, tienden a pronunciar con la boca muy abierta y a comerse el final de las palabras, lo que da lugar a chistes y juegos de palabras. Repito, basta que os fijéis en la entonación, yo no soy capaz de entenderlo todo, casi no parece italiano:


Y ya para terminar, que esto se está alargando demasiado, como siempre, os pongo el dialecto que más me gusta de todos los que he oído hasta ahora: el romano. Si es que no podía ser otro. Es un dialecto un poco vasto, un poco barriobajero, muy gutural, en el que se pronuncia con la boca muy abierta, comiéndote el final de las palabras y muchas veces cambiando las eles por erres. Si lo escriben, también usan la j para hacer el sonido de nuestra “ll”, así que entre unas cosas y otras, si lo lees, te parece que lo ha escrito un andaluz (“er mejo” (romano)= “il meglio” (italiano) = el mejor (español)). Es perfecto para los hombres, porque es muy de macho, pero en una tía, sobretodo si es joven y mona, queda fatal.

Y la peli que os he elegido es además un ejemplo del sentido del humor italiano. Los dobladores de las películas de dibujos de Asterix y Obelix han sido coherentes y a los legionarios romanos les han puesto, como no, acento romano. Aquí tenéis un trozo de “Axterix en Bretaña” (en italiano “Asterix e la pozione magica”),de 1987 (el comic es de 1966):


¡Ah, ya se me olvidaba! Otra cosa muy característica del italiano y que tampoco nos dicen cuando lo estudiamos es el tema de los gritos: existen, según las zonas, ciertos gritos que en sí no significan nada, pero que se usan para todo: para saludar o insultar, para avisar de algo o para expresar sorpresa o cabreo, para empezar una frase o para terminarla. En Roma usan AOOOOO!!! (lo escuchas continuamente), en Nápoles WEWEEEE!!!! Y en Cerdeña AIOOOOO!!!!! No me digáis que no mola.

Bueno chavalada, pues hasta aquí hemos llegado. Muy pronto, como siempre, más y mejor. Un abrazaco.

viernes, 7 de octubre de 2011

¡Anda, como Indiana Jones!

Eso es lo que mucha gente te dice cuando se entera de que estudias arqueología. Normalmente mi reacción es sonreír y decir “Más o menos”, mientras pienso “Con los cojones”. Como profesión es muy romántica, hay que reconocerlo. La peña te imagina abriendo una tumba egipcia llena de momias y tesoros o descubriendo civilizaciones perdidas. No digo que eso no sea posible, alguno hay que llega a hacerlo, pero no es lo habitual.

Por lo general, el arqueólogo trabaja en una excavación, un museo o un laboratorio. En la excavación el curro es muy parecido al de un peón de obra: te levantas al amanecer, curras hasta que hay luz, si hace frío, te jodes, si hace calor, te jodes aún más, estás la mitad del tiempo tirado por el suelo rascando la tierra, comiendo polvo y acarreando carretillas como un condenado. Y todo para seguir un murito de piedra, quitar un estrato de tierra o a veces para darte cuenta de que allí no hay nada. Es cuando llevas currando un mes cuando te das cuenta de que, uniendo el trabajo de todo el equipo, el murito se ha convertido en una casa, en el estrato de tierra ha aparecido un montón de cerámica chulísima o que, aunque aparentemente no hay nada, una mancha más oscura en un rincón puede ser una fosa con muerto dentro. Todas esas cosas, puestas en relación unas con otras, dan como resultado una o varias teorías o interpretaciones que pueden ayudarnos a entender mejor un mundo muy distinto al nuestro y prácticamente desaparecido. Es entonces cuando tu trabajo se vuelve gratificante con la sensación de que has puesto tu granito de arena en algo muy grande.

Eso sí, nada de látigos, ni sombreros, ni tías cachondas, ni manadas de moros que excavan mientras tú miras, ni arcas perdidas, ni stargates. Es lo que hay.


Como ya os dije la semana pasada, Osbaldo nos invitó a Ibon y a mí a una excavación en la antigua ciudad de Vetulonia. Actualmente es un pueblecito de aire medieval en lo alto de una montaña, dominando toda la llanura grosetana. Pero 2600 años atrás en el tiempo (mes arriba mes abajo) era una importante ciudad etrusca que controlaba un vasto territorio y cuyas riquezas hicieron que, a partir de las excavaciones arqueológicas del siglo XIX, fuera conocida como la ciudad del oro.

Su historia sigue la línea general que os conté en el post anterior: al principio (siglo IX a.C.), había dos pueblos en lo alto de las montañas. Lo único que se conoce de este momento son las necrópolis, con tumbas que van desde el simple agujerito en el suelo para el más desgraciao hasta los grandes túmulos con enterramientos colectivos y ajuares alucinantes. A un cierto punto se abandonan estos dos pueblos y la peña se va a vivir toda junta a lo alto del monte (siglo VIII a.C.), naciendo así la ciudad, Vatluna en etrusco. Durante casi dos siglos es la reina de la fiesta: muchos historiadores romanos la citan en sus obras. Según algunos, como Silio Itálico y Tito Livio, Roma adoptó aquí sus símbolos de poder: la silla curul, el fasces del lictor y la toga praetexta. Hasta que la cosa empieza a ir más floja. Parece que se recupera cuando los romanos destruyen la ciudad de al lado, llegó incluso a acuñar moneda, pero durante la dominación romana se convertirá en un centro secundario.


En algún momento de la Edad Media pasó algo curioso: El pueblo en el que se había convertido Vetulonia cambió su nombre por el de Colonna di Buriano, perdiéndose completamente la ubicación de la ciudad. Vamos, que cuando alguien leía en los textos antiguos algo sobre la ciudad, no la sabía identificar con ninguna población existente todavía. En el siglo XVIII los historiadores empezaron a darse de bofetadas, cada uno defendiendo una teoría distinta que identificaba Vetulonia con alguna ciudad (Viterbo, Vulci…). El combate lo ganó un médico de pueblo y arqueólogo aficionado a principios del siglo XIX. El colega se puso a excavar como loco por todo el pueblo y alrededores, encontrando de todo: calles, casas, tiendas, tumbas… Y entre todos los objetos desenterrados los dos más importantes fueron dos monedas del siglo III a.C. en las que se leía VATL, abreviatura de Vatluna. El reconocimiento del mundo académico llegó con el decreto que en 1887 devolvió al pueblecito su antiguo nombre perdido.

En fin, que me enrrollo. El caso es que llegamos allí el primer día a eso de las 8:30 de la mañana. Y lo hicimos bien despiertos a pesar de la hora. Ibon tenía un método infalible para espabilarte: poner en la radio de su coche rock y heavy a toda pastilla durante todo el trayecto. Cuando llegamos, Osbaldo nos presentó al grupo de trabajo, varios chavales bastante jóvenes de una cooperativa de la región de Umbria y varios voluntarios. Nos acogieron estupendamente (dos pares de manos gratis nunca vienen mal) y nos empezaron a explicar el panorama.

Hay que decir que el sitio no estaba nada mal. No era un pelagartal perdido en el culo del mundo, como muchas veces pasa (ya os contaré alguna experiencia de ese tipo). Estaba a las afueras de la ciudad, en la zona arqueológica excavada en los años 80, con bastantes árboles alrededor. El objetivo de nuestra excavación era entender un poco mejor una zona en concreto. Lo único que se veía era una calzada (carretera de lastras de piedra) subir la cuesta hasta desaparecer en un terraplén. A un lado parecía que un muro cortaba dicha calzada, haciéndola más estrecha en ese punto (Eso para un arqueoloco es guay, porque quiere decir que el muro se hizo después de la calzada). Se pretendía entender el trayecto de la calzada y a qué se correspondía ese muro.

La calzada que subía la cuesta, con el muro de la domus que la corta en un lado.

La estancia de la domus que se pretendía excavar, el primer día de curro.

Empezamos a darle al pico y en esto que a la media hora oigo a Ibon decir con ese acento tan de Bilbao: “¡Anda, una moneta!” ¡El cabrón había descubierto una monedita el primer día de su primera excavación! Si es que cuando alguien es tan grande como él, lo es en todos los campos.


La "moneta"

Material vario encontrado durante la excavación.

Otra frikada: unladrillo con la huella de un perro.

Fueron tres semanas de octubre geniales. El trabajo era duro, pero no nos llovió ni una sola vez, la gente, incluida la directora del museo del pueblo, nos hizo sentir parte del equipo desde el primer día, y pude ver técnicas que no había visto nunca, como el uso del georadar (Es como hacerle una ecografía al suelo para ver si hay algo debajo). Al final llegó esa sensación de la que os hablaba al principio de haber hecho algo grande en cierto sentido.

¿Los resultados? Pues bastante importantes para lo que es el mundillo (A los que estéis fuera del mundillo os parecerán una mierda, aviso. Tenéis que entender que la perspectiva sobre lo que mola una cosa es directamente proporcional a los días que te tiras comiendo tierra). El muro resultó pertenecer a una casa o “domus” que fue destruida por un incendio (se encontraban trocitos de carbón por todas partes). En la habitación que se excavó apareció un “dolio” o tinaja grande de cerámica clavada en el suelo para almacenar alimentos. Estaba enterita y para vaciarla uno de los voluntarios se tuvo que meter dentro. Por desgracia, en su interior sólo había restos de tejas y carbones, nada del otro mundo.

Se empieza a ver la boca del dolio.

El dolio, con todos los aparatejos para la foto de excavación.

Vaciando el dolio desde dentro.
Ahí acabó la campaña en la que nosotros participamos, pero luego hubo otras a las que no pudimos ir por distintos motivos. Y fue una putada, porque la cosa se puso bastante interesante. Al lado del dolio que encontramos aparecieron los restos de otro, la sala resultó que conservaba el pavimento original, el muro tenía casi un metro de altura conservado y hasta restos del estuco de las paredes, algo bastante raro. Los trabajos siguen adelante poco a poco, teóricamente habrá una nueva campaña de excavación antes de Navidad. Si participo ya os enterareis por el canal habitual.

Estado actual de la excavación, con el dolio desenterrado hasta su soporte original, los restos del otro al lado, la sala y la sala adyacente.
Hasta aquí vuestra primera lección de arqueología. Espero no haber sido muy plasta. ¡Muy pronto más y mejor, que estoy que lo regalo!

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Etrus qué?

Es bien sabido que en Italia basta con hacer un agujero en el suelo para encontrarse con un yacimiento arqueológico. Si no, que se lo pregunten a los que están haciendo la ampliación del metro de Roma… Y como buen arqueólogo que pretendo ser, una de las cosas que quería hacer durante mi, inicialmente, breve estancia, era participar en una excavación.

Al mes de estar viviendo por aquí y de currar en el museo, surgió la oportunidad. Osbaldo, uno de esos personajes entrañables de los que os hablaré más tranquilamente en otro sitio, nos invitó a mí y a mi compi de prácticas, Ibon el vasco (también os hablaré de él y de otros próximamente), a una excavación en un pueblecito cerca de Grosseto llamado Vetulonia. Cuando oí el nombre me quedé a cuadros: Vetulonia, ¡una de las ciudades etruscas más importantes! Uno de los motivos para que yo acabara en la Toscana fue el hecho de que quería trabajar, al menos una vez en la vida, con piezas etruscas, que en España pues como que no hay. Imaginaros entonces lo que suponía para mí excavar en una de sus ciudades.


Un adelanto del siguiente post. ¿Os habéis fijado en lo atractivo que es el mozo de rojo?
Como supongo que algunos estarán pensando “¿etrus qué?”, os cuento un poco por encima quién era esa gente.

La civilización etrusca se desarrolló más o menos entre los siglos X y II a.C. en Italia. Ponerle un final es un poco complicado porque no es que desaparecieran, es que, como otros muchos pueblos, fueron conquistados por los romanos y perdieron poco a poco sus rasgos característicos. Ya los historiadores antiguos no sabían de dónde carajos habían salido y aún hoy se discute el tema. Unos dicen que eran indígenas italianos, otros que llegaron desde alguna zona del mar Egeo. Vaya usted a saber. El caso es que ocuparon una parte importante de la península, con un núcleo en el territorio situado entre los ríos Arno y Tiber y con cierta proyección más allá de los Apeninos, por la zona de Bolonia, en Umbria y demás. Fueron, según los griegos, una de las culturas más desarrolladas de Italia en un momento en el que de Roma aún ni se hablaba. La propia Roma, según la tradición, tuvo varios reyes etruscos, alcanzando en ese periodo su primer gran desarrollo como ciudad.

Para poder estudiar mejor una cultura y favorecer su digestión, los historiadores y arqueólogos solemos dividirla en trocitos. Somos así de raros. Pero como esto no es una tarta, esas porciones no dependen del número de niños chillones que haya en el cumpleaños, sino de otras cosas más o menos abstractas. En el caso de los etruscos, estas divisiones vienen fijadas por cambios importantes en el registro arqueológico (en cristiano, los momentos en los que empiezan a aparecer cosas nuevas o distintas). Según esta clasificación, la cultura etrusca se divide en: Villanoviano, orientalizante, arcaico y clásico.

En la fase villanoviana se empieza a ver que esta gente es distinta a las demás. Muchas pueblos y granjas se abandonan y la población se concentra formando ciudades fortificadas, como Cerveteri, Tarquinia, Vulci, Arezzo, Populonia, Vetulonia, Volterra… ¿Por qué justo en ese momento? Ni idea, pero eso implica la existencia de un poder político lo suficientemente fuerte como para controlar un gran territorio. Probablemente existiría algún tipo de monarquías locales. La peña vivía en cabañas de madera y adobe y eran famosos por su habilidad en el trabajo de los metales.

Típica cabaña villanoviana, con cerdicos y todo.
Precisamente, esta zona es muy rica en metales, sobretodo en hierro, que en la antigüedad valía una pasta, así que no tardaron en empezar a llegar griegos a los puertos etruscos para comprar. Claro está, los etruscos los recibieron con los brazos abiertos y el culo en pompa, porque eso significaba muchas pelas (y jarrones monísimos a precio de saldo). Empieza así una nueva fase, hacia los siglos IX-VIII a.C., la de máximo desarrollo de la cultura etrusca, llamada orientalizante, por la influencia que recibe de oriente. Fue una revolución no solo económica sino también cultural. Con los griegos llegaron toda una serie de ideas, conocimientos y objetos hasta entonces desconocidos: la moneda, la escritura, nuevos ritos sociales como el simposio (el banquete aristocrático), materiales nuevos como el marfil o el ámbar, la cerámica griega, nuevas técnicas de construcción y producción y bla, bla, bla. Seguramente grupos de artesanos y comerciantes griegos se instalarían en los centros etruscos, produciendo así una mezcla cultural que explica que ahora encontremos en las excavaciones cosas como escarabeos egipcios, esculturas de dioses orientales o tumbas con leones y leopardos pintados en las paredes, por poner un ejemplo.


Tablilla de Marsiliana. Es de marfil, se cubría de cera y se usaba para escribir. En la parte de arriba aparece grabado el alfabeto griego. Fue encontrada en una tumba etrusca.
 
Tumba etrusca de los Leopardos, en Tarquinia. Los frescos de las paredes reproducen una escena de simposio al modo griego 

Gracias al comercio, hay cada vez más gente con pelas, por lo que a un cierto punto, las monarquías empiezan a ser sustituidas en algunos casos por oligarquías, en las que el gobierno recaía en unas pocas familias. Un sistema también muy cercano al mundo griego. A estos gobernantes se les da el nombre genérico de “príncipes”.

Portaperfumes de cerámica con decoración pintada de estilo corintio, encontrados en tumbas etruscas.

El chollo empezó a acabarse entorno al siglo V a.C., cuando el comercio de la zona se ve monopolizado por las ciudades estado griegas del sur, sobretodo por la ciudad siciliana de Siracusa. Los ataques y saqueos continuos de las ciudades y puertos etruscos hacen que se aíslen del exterior. Los materiales y objetos de este período son más cutrecillos y, al contrario que en fases anteriores, las ciudades situadas en el interior ganan importancia respecto a las costeras.

Y llegados a este punto, aparece el tercero en discordia, Roma, que poco a poco comienza a anexionarse el territorio etrusco en su expansión hacia el norte. De hecho, la primera gran conquista de la historia de Roma fue una ciudad etrusca, Veio, en el año 396 a.C. Fue destruida, su población asesinada o vendida como esclava y su territorio repartido entre la población romana. Eso es hacer las cosas bien. Después de eso, la expansión hacia el norte se detuvo durante casi un siglo y después fue imparable. Mientras que la conquista de las ciudades etruscas del sur fue bastante cruenta, las del norte se fueron uniendo de forma algo más tranquila, de modo que a finales del siglo III a.C. Roma controlaba todo el territorio. Empezó así el proceso de romanización de la zona, que hizo que los etruscos empezaran a adoptar elementos de la cultura romana, perdiendo los propios (unos siglos antes había pasado lo contrario, los romanos habían copiado bastantes cosas a los etruscos).

Después de eso, lo más destacable fue la conocida como “Venganza de Sila”. En el siglo I a.C., dos facciones se enfrentaron por el poder en Roma: los populares, dirigidos por Mario (tío político de Julio Cesar, que aún era un crío), y los aristocráticos, dirigidos por Sila. Al final ganó Sila, que era un poco cabrón y se dedicó, entre otras cosas, a vengarse de los que habían apoyado a Mario, entre ellos las ciudades etruscas. Muchas de ellas fueron arrasadas, aunque repobladas tiempo después.

Ya entonces poco quedaba de lo que había sido la gran cultura de la costa tirrénica italiana, aunque varios historiadores romanos, entre ellos el emperador Claudio, se interesaron por su historia. El etrusco era ya una lengua muerta en los primeros tiempos del imperio.

Pues hasta aquí hemos llegado. He intentado hacerlo breve aunque me haya quedado un poco largo al final. En el siguiente, más y mejor, con los mejores momentos de la excavación. ¡Un abrazaco!
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